The following prose piece by Mel Goldberg takes us into that difficult space and time in which we learn not only that the end will come, but also how. In very few words, Mel takes the reader through a rich photograph of experience with a parent with Alzheimer's. We see--and feel--the edges of the situation, experience what it is like to believe in the unspoken, to hear the message we most want to hear, but coming from a direction we did not expect. We experience what it is like to affirm gratitude in all circumstances. A bilingual writer, Mel has also provided a versión en castellano que sigue la versión en inglés. Es un testimonio bello y profundo de la relación especial entre padre e hijo, una relación que perdura más allá de la muerte.
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Sharper than a Serpent’s Tooth
by Mel Goldberg
“How sharper than a serpent's tooth it is to have a thankless child.”
Shakespeare, King Lear
We walked into the doctor’s office, the stiffness of Parkinson’s disease causing my father to take small mincing steps. Sitting in the two chairs across from the doctor, we waited as he opened a folder. My father voiced the question I wanted to ask but didn’t have the courage. “The lab tests are conclusive, then? No mistake?”
“It’s unlikely,” the doctor said quietly. “You have the onset of Alzheimer's Disease.”
“How long, then, before it takes me over; before I no longer recognize people and things?”
“There’s no way to know. It could be years.”
We left the doctor’s office, walking silently that morning, staring at the ground. The verdict dogged our heels, pulled at our coat sleeves.
“Well,” said my father after a few minutes, his usual good humor returning, “I’m hungry. Let’s get something to eat before I forget how to use a knife and fork.” I tried to smile, but only succeeded in wrinkling my lips a little.
kkk
Over the next few months, I realized that the doctor’s prediction was wrong. It came on inexorably, like the tide at night, eating away at the shore. Each week another facility was lost.
One morning before I went to run some errands, I made his breakfast and placed his medicine next to his plate, as I always did. When I left, he was sitting in his lift chair in his bedroom, watching television and flipping channels. His attention span had become short, so he didn’t stay with a program longer than a few minutes. I suspected he didn’t comprehend even the simplest shows. When I returned several hours later, his food and medicine were still on the table, untouched, exactly where I had left it.
I went into his bedroom where he was still sitting in his chair. “You didn’t eat.”
“I must have. I’m not hungry.”
He forgot to bathe unless I reminded and helped him. When he did, he refused to use soap. I reminded him to brush his teeth, but he rarely used toothpaste unless I put it on his brush for him.
One day as we were driving through the cliffs that surrounded our small town, he asked me a strange question. “How did these mountains get here?”
“They’ve been here for millions of years.” I was about to explain tectonic plate pressure, uplift, and erosion, but I stopped. “I guess I really don’t know.”
kkk
He lost the ability to read, and even to speak in coherent ideas, but he never did forget who I was or what a fork was for. His favorite meal was breakfast, and we went out often. We always went to the same restaurant, a place where they knew us well. I always ordered him the same thing—a Belgian waffle, covered with ice cream and chocolate sauce. He always poured maple syrup on the whole thing, and ate it all. I filled up just watching him eat.
I loved to see the shimmer in his eyes and the smile on his face when the waitress brought his plate to the table. He was indeed like a child. I thought of Shakespeare’s King Lear, but I knew that unlike that old man, there would be no recovery. And I chose not to be the thankless child, sharper then a serpent’s tooth.
He had difficulty walking. One morning, his arm around my neck and my arm around his waist, I helped him from the car into the restaurant. The waitress, a woman in her fifties, younger than I was, hurried over to hold the door for us.
“You're a good son,” she said to me as my father shuffled to a table and sat with my assistance. “You're a very good son.”
Now, years after my father died, I take some comfort in those words, wanting to believe he would have said them himself had he been able.
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Photo by DNY59, iStock Photo |
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Mel’s first novel,
Choices, was published in 2003. His second novel,
Catch a Killer, Save the World is in search of an agent. He is at work on the final revision of his third novel,
Counterfeit Killing, the first chapter of which won the Shared Pen award.
Mel’s Website.
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Más agudo que el diente de una serpiente
by Mel Goldberg
El título viene de Rey Lear de Shakespeare:
“Cómo más agudo que los dientes de una serpiente que es tener un hijo ingrato”.
Entramos en la oficina del doctor. La rigidez de la enfermedad de Parkinson obliga a mi padre a dar pequeños pasos cortos. Sentado en las dos sillas frente al médico, esperamos a que él abriera el carpeta.
Mi padre expresó la pregunta que yo quería hacer, pero no tuve el valor. “Las pruebas de laboratorio son concluyentes, ¿entonces? ¿No se equivoque?”.
“Es poco probable”, dijo el médico en voz baja. “Usted tiene el principio de la enfermedad de Alzheimer”.
“¿Hasta cuándo, entonces, antes de que yo ya no reconozca a las personas y a las cosas?”.
“No hay forma de saberlo. Podrían pasar años”.
Salimos de la oficina del doctor, y caminamos en silencio por la mañana, mirando al suelo. El veredicto llegó hasta nuestros talones, tiró de nuestras mangas.
“Bueno”, dijo mi padre, después de unos minutos, su buen humor habitual al regreso, “tengo hambre. Vamos a comer algo antes que me olvide de cómo utilizar un cuchillo y un tenedor”. Traté de sonreír, pero sólo logré arrugar mis labios.
Durante los próximos meses, me di cuenta de que la predicción del médico estuvo equivocada. La enfermedad continuó inexorablemente, como la marea en la noche, comiendo la orilla. Cada semana, otra capacidad se había perdido.
Una mañana antes de ir a hacer algunas diligencias, hice el desayuno y puse su medicina al lado de su plato, como siempre. Cuando me fui, él estaba sentado en su silla de elevación en su habitación, viendo la televisión y cambiando canales. Su capacidad de atención se había convertido en corta, por lo que no se quedaba con un programa más de unos pocos minutos. Yo sospechaba que él no comprendía aún el programa más sencillo. Cuando volví varias horas más tarde, la comida y la medicina se quedaban sobre la mesa, sin tocar, exactamente donde yo las había dejado.
Fui a su habitación donde aún estaba sentado en su silla. “No comiste”.
“Debo haberlo hecho. No tengo hambre”.
kkk
Se olvidaba bañarse a menos que yo le recordaba. Cuando lo hizo, se rehusó a utilizar el jabón. Cada día tenía que recordarle de cepillarse los dientes, pero rara vez utilizaba pasta de dientes a menos que yo se la pusiera en el cepillo.
Un día, mientras íbamos en el coche por los acantilados que rodean nuestro pequeño pueblo, él me hizo una pregunta extraña. “¿Cómo han venido aquí estas montañas?”.
“Ellas han estado aquí durante millones de años”, respondí. Estaba a punto de explicar la presión de las placas tectónicas, la elevación y la erosión, pero me detuve. “Supongo que realmente no lo sé”.
Perdió la capacidad de leer, e incluso de expresar ideas coherentes, pero nunca se olvidó de quién era yo o cómo usar un tenedor. Su comida favorita era el desayuno, y salíamos a menudo. Siempre íbamos al mismo restaurante, un lugar donde todos lo conocían muy bien. Y él siempre ordenó lo mismo—un gofre belga, cubierto con helado y salsa de chocolate. Él siempre le derramaba el jarabe de arce en todo el plato, y se lo comía todo. El solo hecho de verlo comer me llenaba.
kkk
Me encantaba ver el brillo en sus ojos y la sonrisa en su cara cuando la mesera le traía el plato a la mesa. En realidad, era como un niño. Pensé en el Rey Lear de Shakespeare, pero yo sabía que a diferencia de aquel rey viejo, no habría recuperación. Y opté por no ser el hijo ingrato, más agudo que el diente de una serpiente.
Él tenía dificultad para caminar. Una mañana, su brazo alrededor de mi cuello y mi brazo alrededor de su cintura, le ayudé a mi papá caminar desde el coche hasta el restaurante. La camarera, una mujer de unos cincuenta años se apresuró a sostener la puerta para nosotros.
“Tú eres un buen hijo”, me dijo la mujer.
Mi padre arrastraba los pies lentamente a una mesa y se sentó con mi ayuda
“Eres un hijo muy bueno”, la mujer dijo de nuevo.
Ahora, años después de que murió mi padre, tomo un poco de consuelo en esas palabras, y deseo creer que él habría dicho las mismas palabras si hubiera sido capaz.
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La primera novela de Mel,
Choices, se publicó en 2003. Su segunda novela,
Catch a Killer, Save the World está a la espera de encontrar un representante literario. Está trabajando actualmente en la revisión final de su novela tercera,
Counterfeit Killing. El primer capítulo de este libro ganó el premio de Shared Pen.
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